viernes, 26 de agosto de 2016

BÚSCAME EN ESTE OTRO BLOG




blog frontera esdrújula, libros, autores



Por si recalas aquí y no lo sabes aún: hace unos meses anuncié una mudanza que se ha producido ya, así que a partir de ahora, te invito a visitar un nuevo proyecto-blog que comparto con Marieta Pancheva y que está operativo desde el día 5 de este agosto de 2016: 





Logo de Frontera Esdrújula


Va de libros, de escribir, de qué hacemos con las palabras y de qué hacen ellas con nosotros. El punto de vista es que las palabras son acción y, desde ahí, nosotras queremos dar cuenta de lo que hay actuante tanto afuera como aquí, en nuestras cabezas, así que iremos haciendo cajoncitos con lo que vayamos descubriendo: 

-en uno estarán nuestras lecturas y lo que nos han provocado;

-en otro, los booktubers y su manera efervescente de crear adictos a la literatura; 

-un tercero, para imágenes que nos sacuden y nos fuerzan a mirar de otras maneras;

-un cuarto, para locales que tengan algún tipo de conexión con la palabra y que nos contarán cómo la viven (nos hablarán los locales y nos hablarán los dueños, por supuesto). Os traeremos sus cuentos. 

Y entrevistas y autores y ocurrencias varias. Así será, más o menos. 

  

Las esdrújulas, Marian y Marieta,
artífices del proyecto


En realidad, como pasa con el cuerpo, el lenguaje no es algo que tenemos, sino algo que somos. Nuestro proyecto es cuidarlo, aunque, a veces, solo seremos capaces de hacernos preguntas para saber hacia dónde vamos. 

Échale un vistazo, anda. A lo mejor te gusta... A lo mejor nos echas un capote.

No te imaginas la ilusión que me hará, en particular a mí, tenerte allí cuando antes te he tenido aquí. Entre tú y yo: un poco de pena de abandonar este, sí, tengo, lo confieso. Me queda esperar que el fuego que lo ha mantenido activo sea el mismo que caldea ya el otro. Y con una motivación adicional: no estará solo. 

¡Allí te espero!










Por cierto: cualquier desbarajuste que puedas acusar aquí (y me refiero a entradas descolocadas, por ejemplo), debe ser por el tiempo que llevo sin echarle de comer al pobre. Debe ser. 



viernes, 20 de mayo de 2016

UN DESCUBRIMIENTO

Abuelo y nieto
Hace unos días visité una exposición en el Canal de Isabel II, que a quienes vivís en Madrid os recomiendo vivamente. Es de un fotógrafo que inició su andadura por los años 60 del siglo XX, un autodidacta: Francisco (Paco) Gómez. Cinco plantas dedicadas en exclusiva a sus fotografías, testimonio de quien se deja atrapar por seres anónimos en un entorno que es mera extensión de sí mismos.




 
Paseo de Extremadura
Ahí está ese Madrid que empezaba a ser destino prioritario de quienes migraban para librarse del tufo del pasado y de un futuro mate; ese Madrid que bostezaba y se disponía a vivir un estallido en muchos sentidos... pero que aún no está en las fotos.


No hay fiesta en las imágenes y el futuro asoma a duras penas.


Familia Turégano
Solo están los don Nadie, pegados a su devenir, con un anonimato y una soledad que la mirada extraña multiplica. Sus transformaciones vitales no parecen otra cosa que páginas tachadas en un calendario.
A Paco Gómez no le interesaba lo festivo (incluso lo festivo en él se muestra desnudo de lo que celebra) pero sí le interesaba un devenir para cuya contemplación, decía, le sobraba tiempo. Incluso cuando retrata a artistas lo hace vinculándolos a sus contextos, no como individuos aislados sino en su ambiente o condición.

Y eso pasaba hace 50 años. ¡Cómo ha cambiado todo!


Lo que yo veo ahora en Madrid tantas veces, después de aquel dinamismo glorioso que tanto relumbre le dio, es un contexto abarrotado de individuos, coches y masas homogéneas, sobre todo por el centro. Me aplasta. Así que a modo de antídoto, busco imágenes que me reparen y equilibren y persigo con ansia la calle vacía o el rincón solitario. Ahí me voy curando. Alargo el efecto de la dosis mientras hago que perdure en la imagen raptada. Luego me preguntan que por qué no hay gente en mis fotos. Hoy, sí; hoy sí traigo de eso que huyo y que también es extensión de lo que somos ahora: coches, gente, masa. ¿Alguien las prefiere a las que cierran esta entrada? ;-)


 Gran Vía y calle Arenal



Paco Gómez fotografiaba gente; yo, no (¿él hubiera fotografiado gente hoy?). Salí de la exposición dándome cuenta de que es un intento de sobrevivir al ruido, a la aglomeración, a esa indefinición en la que no veo sino la imagen de un jeroglífico indescifrable. 
Vaya por delante que no rechazo en modo alguno a los seres humanos. Lo que digo es que el ruido y la masa me aturden y me crispan y entonces no veo al humano; tampoco veo la ciudad. Veo gente embobada, ausente de sí misma, obedeciendo ciegamente los patrones de conducta que dicta el mercado.

Aunque a lo mejor no es siempre así. A lo mejor es solo mi mirada.

No creo que seamos el centro del universo, pero sí creo que el universo se piensa a sí mismo y se vuelve consciente también a través de nosotros, y que para eso hemos de eliminar los ruidos, cuidarnos los unos a los otros y cuidar a cada uno de los seres que habita esta casa nuestra.


Parque de Atenas

Casa de Campo
(me da la vida) 
En fin: ir a ver una exposición de fotografía y salir con todo esto en la cabeza..., invocando la utopía y toda esta tarea hermosa que tenemos entre manos, más consciente que nunca de que todo empieza conmigo, de que solo si yo estoy bien puedo ocuparme del otro. Y de que la soledad me ayuda a estar bien y a volver llena de ganas de compartir.

¿No es una maravilla? 

De regreso a casa...



viernes, 6 de mayo de 2016

UNA CASA DE LA QUE NO ME GUSTA HABLAR

Se habla mucho de ella, en pasado, presente y futuro, incluso yo he hablado, que no suelo, y no porque pase del tema. Es algo omnipresente y más en los últimos tiempos, con todo lo que se está destapando, la convocatoria de nuevas elecciones y lo atomizado del mapa que tenemos. 

¿Cómo voy a pasar? No se puede pasar de algo que incluso por pasiva involucra a las personas. A veces reporta intensas alegrías pero las decepciones, todo hay que decirlo, suelen ser mayores aún. Decepciones que sufrimos y lamentamos mucho puesto que siempre esperamos que nos dé más. Mucho más.





Pero no; no me gusta hablar de política —la casa común— porque me intriga más y por delante otra casa: la particular. No la domiciliaria, sino la que habita cada quien en su mismidad; a fin de cuentas es la que termina nutriendo el resto.

¿Por qué digo esto? Porque cada uno estamos en esas otras casas como estamos-somos en la personal-particular-íntima. 

Ninguna de las que habitamos presenta un camino cómodo, seguro o exitoso. Me digo, mirándome a los ojos, que si fuera así, si cada cosa que he construido hubiera ido rodada y no hubiera estado hecha de esa argamasa esforzada, paciente y perseverante, no hubiera experimentado la satisfacción del logro. Lo nuevo cuesta, atemoriza, desconcierta; atravesarlo provoca incomodidades y resistencias. Es como si todo lo nuevo se riera un poco de nosotros. 




¿Cómo elegir quien gestione la casa común si no hemos aprendido a gestionar la nuestra? ¿Cómo alcanzar un equilibrio de todas las fuerzas, si antes no hemos sabido alcanzarlo en nuestras esferas más íntimas y privadas? Si hoy me levanto animada, pero mañana no quiero saber nada de mí. Los debates mediáticos —pongo por caso— que alguna luz podrían arrojar o aportar alguna pista de cómo manejarse en el caos, no son sino espectáculos de broncas y asaltos donde lo raro es escuchar. Y se me hace que no escuchamos fuera porque no escuchamos dentro. 

¿Es posible alumbrar un mundo pacífico y armónico con individuos agresivos y egocéntricos que sueñan con imponer su exclusiva visión parcial? 

Los sabios y los grandes humanistas lo han dicho siempre: como es adentro es afuera. Los problemas que aquejan a la sociedad son los mismos que nos aquejan por dentro y que no terminamos de solventar. De manera que no despotriquemos del mundo mientras en casa —en la casa íntima— no hemos levantado alfombras ni ventilado habitaciones. A veces tengo la sensación de que anhelamos una casa común construida a partir del tejado, como a lo loco; luego ya, si eso, iremos viendo, que con un poco de suerte al lobo le extirparán los pulmones y aunque sople... 





Somos ingenuos al pensar que tenemos un gran fuerte construido, confiados en que la fortuna nos venga de cara mientras hacemos lo justo para seguir viviendo así, en precario. Algo de afuera vendrá y nos salvará. ¿Por qué emplear tiempo entonces en construir nuestra propia salvación? No nos entra en la cabeza que de acometer esa reforma particular, y aunque parezca mentira, las demás vienen solas. No hay viento que las derribe, y si lo hubiere, tendremos la fortaleza suficiente para volver a empezar. Es hora ya de colocarse en nuevos paradigmas, para que los movimientos que empiezan a tomar cuerpo afuera se consoliden y no haya bufido, por poderoso que sea, que pueda con ellos.

El mundo tiene problemas complejos y necesita personas que hayan hecho de la complejidad personal un arma de flexibilidad y creatividad. Hora de hacernos preguntas que nos conduzcan a explorar aspectos nuestros, íntimos, personales, que ni remotamente nos habíamos planteado. Así lo siento. La queja por la queja está demasiado vista. No creo en ella. No mueve. Solo fatiga y carga el hígado mientras que cada uno sigue defendiendo a capa y espada su razón. Sin atención ni cuidado, dispuesto a la pelea si el contrario se pone bravo. ¿Para cuándo algo distinto?

Ay, esa casa común. Y ese adosadito propio... tan preciado y tan precario.


Dos citas, para terminar:


"Si centramos nuestra atención en lo que nos molesta, la estamos desviando de lo que realmente nos interesa".

La Danza de la Vida



"Todo el mundo pone el foco en lo mismo y nadie en lo que va bien: en Palencia sigue creciendo el trigo y en Navarra salen unas alcachofas maravillosas. Y son noticias estupendas".


Óscar Terol, guionista de la serie "Allí abajo".











viernes, 22 de abril de 2016

PIEDRAS (III)





Arriba, la majestuosidad de la obra de arte; abajo, la dignidad de lo humilde. La gloria de ser piedra de iglesia o el orgullo de ser mole, y no ya en el cauce, sino, poco a poco, el cauce mismo.


Las piedras de abajo parecieran instar a la prudencia a las que conforman el templo porque... ¿no se advierte en ellas un aire de osadía?

Las piedras de arriba parecieran animar a las del cauce a auparse hacia lo alto porque... ¿no se advierte en ellas un aire de indolencia?

Estoy haciendo una humanización de las piedras, una interesada y recíproca contemplación: por un lado, cada una parece disfrutar de los valores de la otra; por otro, como que expresara fastidio por algún aspecto que le resulta hostil o no comprende.

Pero cuando la dualidad se borra, humanos y piedras somos una misma cosa.



¿Somos una misma cosa? ¿Estoy segura de lo que digo? ¿Piedras y humanos padecemos las mismas tensiones, miramos unas y otros hacia el porvenir con el mismo rictus preocupado? Provenimos del polvo de las estrellas, pero algo ha pasado para que nos debatamos en discursos así mientras 
ellas, las piedras, siguen viviendo por los siglos de los siglos 
al borde del secreto. Energía, frecuencia y vibración, que es 
donde están contenidos todos ellos, todos los secretos. 
Tal cual lo aseguraba Nicola Tesla.




Y en el fondo, la quietud profunda que es la disolución de todo. Unas y otras, arriba y abajo, y siendo más allá de las propias historias de cada una. La mirada de quien observa —de quien escribe ahora— se vuelve entonces dubitativa ante todo este valor que, aun no pareciéndolo, es evanescente: árboles, hierba, sol, alguna gente (poca), la luz embrumada (*) que juega con el agua de los aspersores que riegan el cauce seco. Yo misma.


Luz embrumada que juega.



No se mueven. Las piedras no se mueven.

Y porque no se mueven me invitan a disfrutar de manera menos comprometedora y me abren un camino a la reflexión, a la pura y simple contemplación de ese todo que es la casa cósmico-amorosa.

Jacques Brosse se preguntaba por qué leer enigmas cuando son tan claras las verdades minerales. Entonces sí, si dejo de preguntar y solo observo, tal vez, seamos una y la misma cosa.










(*) Gracias, amiga mía, por prestarme el embrumamiento.









viernes, 8 de abril de 2016



LA CASA-MUNDO




Cierro los ojos y vuelo a…, pongamos una montaña (cualquiera me vale). El aire frío de la mañana tropieza con las huellas cálidas de mi respiración. Valga decir que estamos casi arriba, con un mar de nubes por debajo y picos asomando, como náufragos que sacaran la cabeza para respirar. A unos metros, las ruinas de lo que debió ser antaño una cabaña de pastores y, a su alrededor, rocas salpicadas, ociosas, como si todo el trabajo estuviera hecho; en el cielo, hilos blancos que invitan a jugar, a tomarse las cosas así, con levedad. Casi no hay árboles en pie. A la izquierda, un río de aguas transparentes, nerviosas como novias en sus primeras citas.




Caminas a mi lado. Nos sonreímos. No es preciso decir nada. Continuamos ascendiendo. Me paro a tomar resuello y a mirar una flor extraña. Te adelantas. Corro un poco para alcanzarte. Siento mi cara roja y mis ojos virando un poco a verde y blanco, anegados de paisaje. Al poco, eres tú quien se para. Tienes calor. Hace diez minutos que te has quitado el «plumas» y ahora le sigue el forro. Aprovecho para sacar fotos (ante espectáculos así me vuelvo avariciosa; todo me lo quiero llevar). Miras a un lado, miras a otro, me miras a mí. Sonrío. Un pájaro negro (¿un cuervo?) se posa a pocos metros; parece no temer a los humanos. Instantes de belleza superlativa.




No sé qué edad tendríamos, unos catorce tal vez. Hablábamos de hacer una excursión y algunas dijimos “al monte”. « ¿Al monte, a qué? ¡Si luego hay que bajar!» dijo alguien. Cierto: al monte, a qué. A sudar, a cansarse, a ver horizontes inmóviles y nubes viajeras, algún que otro pájaro negro. Y flores raras. Y riachuelos. Y árboles muertos. A veces, a torcerse el tobillo o a pasar apuros cuando el camino se ha vuelto intransitable. Cómo explicárselo.

Ir al monte no es perfecto. Tampoco el mundo lo es. 

Y a eso vengo. A reconocerlo como lo que es. 

Hay violencia, basura, explotación, cacas de perro —que no son responsabilidad de ellos—, animales abandonados, corrupción… y, sin embargo, ¡tantas cosas hermosas! No entiendo ese empeño en que lo feo enmascare lo bello. Me entero de las malas noticias a mi pesar. Incluso quienes se ocupan de reivindicar un mundo mejor exhiben imágenes sangrientas en sus carteles, camisetas, vídeos y reseñas, y hablan en términos de lucha; muy cabreados, a veces. Demasiada adrenalina. 

Sé que la ignorancia-inconsciencia termina antes o después para cada uno (no cuando a mí me da la gana). Sé también que es fundamental predicar con el ejemplo, saber regular los propios pensamientos, las palabras, los actos. Sin juicios. En todo caso, mientras mi mente necesita ese tipo de combustible, juzgarme solo a mí misma, sin exigir nada a nadie. Ser como la flor de loto, que no piensa que el barro pueda ser un enemigo.





Nuestra casa-mundo puede ser mirada desde un ventanuco o desde la altura de una nube, desde sus sombras o desde sus luces. Los cuánticos dicen que es la propia mirada de quien observa la que colapsa las cosas para que sean de una manera o de otra (ellos dicen «los átomos», pero todo está formado por átomos), luego para mí es fundamental centrar la mirada en lo que quiero ver en lugar de seguir mirando —colapsando— lo que no quiero.

La inconsciencia, como la oscuridad, no tiene carta de naturaleza, sino que va camino de abrirse más y más, hasta producir personas tan íntegras y con tanta luz que ni llegan a ser conscientes de ello y que son como el pararrayos en la tormenta. Si fueran una cumbre, nadie querría bajarse de ahí.



viernes, 25 de marzo de 2016

PALABRAS

Palabras que se cruzan,
se miran de reojo
o tal vez de frente y
se atraen.
Que juegan a sumarse
y a combinarse,
a intercalarse y, a veces,
a besarse.
Que aletean
en los fondos abisales
de la mente.
                                                        De pronto
una de ellas salta
en una nube de arena;
otras le siguen la corriente.
Juegan, conspiran,
brincan a la superficie,
locas por contar
los chismes del barrio
—olores, colores, sabores—
empujándose, atropellándose,
locas por hablar

de ese barrio triste y alegre,
de ecos extraños y cuentos olvidados. 
             
Palabras que evocan

lagartijas huidizas y pájaros quietos
en alambradas mortales.


Que invocan

un pozo de aguas profundas y
memorias fantasmales.
Que provocan 
a las de ese brocal y ese pozo y ese barrio que,
al fin y a la postre,
soy yo.

Palabras constantes.


viernes, 11 de marzo de 2016

PENSAR COMO PIENSAN LOS ARTISTAS (II)

Hay una idea muy provocativa en el libro de Will Gompertz: los artistas roban. Y razona: "Un artista es un imitador en busca de voz propia".



Tamara de Lempicka, fusionaba estilos
antiguos y temas actuales.


Creemos que viven tocados por la mano de los dioses y que crean de la nada, pero no es así. Se aúpan en sus predecesores, imitan y hasta roban. Marcel Duchamp, extravagante y provocador, no tuvo reparos en exponer su idea de convertir los objetos cotidianos en obras de arte, incluso en pretender hacer del arte algo «útil». Por supuesto, fue criticado, ya que en tales objetos nunca hubo intención de hacer arte. Él, uno de los principales referentes artísticos del siglo XX, replicaba que tampoco la hubo en la ejecución de la momia de Tutankamon y que todo el mundo la quería ver y tocar. Lo suyo era desafiar las convenciones. Decía: «¿Puede uno hacer obras de arte que no sean arte?». Sirva como ejemplo de un peculiar punto de vista y de un atrevimiento poco común, al menos hace cien años.



Mingitorio de Duchamp, firmado como R. Mutt,
aunque todavía se discute si fue él
el autor de la «broma».

Otro ejemplo de artista «ladrón» es el propio Picasso, que luego revolucionaría el panorama del arte en su conjunto. Una cita suya: 

“Todo niño es un artista. El problema es cómo seguir siendo artista cuando uno crece”.

Pero vayamos por partes: José Antonio Marina, uno de mis autores de cabecera, dice que crear es hacer que algo que no existía exista. Estoy de acuerdo. Pero no en que no existiera en absoluto, porque imaginar la nada como tal... ¿Quién puede concebir un «no ser» absoluto y, más aún, trabajar con él?

Otros autores dicen que crear es hacer aparecer algo que estaba oculto, como re-combinar los mismos elementos de un modo distinto. ¿Tomar lo de siempre y darle una vuelta? ¿Dónde está entonces lo insólito, lo infrecuente, lo que provoca el salto cualitativo cuando interpretamos lo conocido? ¿Dónde está eso que lo distingue como novedoso?



Cuentan que Madonna se inspiró 
en Tamara de Lempicka para
 crear este vídeo.

Hemos de retroceder un poco:

Los opuestos fluyen el uno en el otro. En términos actuales y neurobiológicos viene a decir que tenemos dos hemisferios: derecho e izquierdo, creativo y lógico, primario y secundario. Dos; no uno. Con ambos hemos de trabajar.

Las prácticas de brainstorming (típicas de los ámbitos creativos) invitan a ello, a soltar lo que venga a la cabeza, a lo loco, sin filtros. Y solo después evaluar lo que ha producido la mente «loca», descartando lo que parece que no va y escogiendo lo que parece que sí va. Al cerebro secundario —lógico y censor—, solo le interesa lo mensurable, lo calculable, lo que puede probarse. Todo lo que sale del otro —en realidad, la puerta del inconsciente— son tonterías sin tino; y está alerta a boicotear cualquier salida de tiesto que proceda de ahí.

De manera que si nos tomamos las cosas demasiado en serio, en «modo juzgar», y no pasamos al «modo jugar» —sin la z—, no lo logramos. Nada perjudica más que pensar que uno es como es y que no puede cambiar, que no puede dar más de sí, que no puede ser una versión mejorada de sí mismo.



Imagen de Internet.

Porque una idea puede no ser buena, pero hasta que no la aplicamos a un campo que nos interesa y que dominamos un poco no lo podemos saber. Todo está inventado ya, de manera que solo podemos hacer nuevas combinaciones sobre cosas que otros hicieron antes.



Imagen de Internet.

Lo mágico del asunto, dice Gompertz, es que nadie hará nuestras mismas combinaciones. ¡Y es tan importante que compartamos nuestra visión! Con ilusión, con alegría, con independencia del resultado; desde el corazón. Solo así podremos quizá tocar el corazón de otra persona. 

Porque hay algo que también hacen los artistas: se la juegan, son valientes. Quizá es el tipo de valor que llevado al extremo da la vida por otros, como sospecha Gompertz. Y solo así, con buenas dosis de osadía, es como vamos abriendo la mente colectiva. 

Puede ser que primero robemos (mientras nos buscamos, nos formamos una opinión, damos con nuestro posicionamiento vital, nuestro estilo), pero luego, si no entregamos el resultado de nuestra combinación, robar se convierte en delito.

No vale la pena incurrir en ello cuando, al fin y al cabo, solo veníamos a jugar.





viernes, 26 de febrero de 2016

PENSAR COMO PIENSAN LOS ARTISTAS (I)


En un mundo tan prolífico como el que tenemos, ¿quién diría que no hay tanto elementos de puro azar como evidencias manifiestas? 


Detrás de mí, un enigmático Pollock.


Para ver si se trata de casualidades o de "causalidades" hay que jugar un poco. Digo jugar porque hay que cambiar de chip y cambiar de chip es algo que hace protestar a la mente. Por ejemplo: orden y caos, caos y orden, que no son sino aspectos contrapuestos y solidarios, parece que forzaran a la cabeza a debatirse entre uno y otro, cuando lo cierto es que del orden sobreviene el desorden y del desorden, el orden. Pasa igual entre arriba y abajo, joven y viejo, sístole y diástole, pasado y futuro, presente y ausente, celestial e infernal. O entre tradición y vanguardia. Nada es estable. Nosotros mismos fluctuamos entre lo uno y lo otro. Ese flujo dinámico que llamamos vida lo produce así. 

He terminado de leer una obra con un título que me ha sugerido el de esta entrada: Piensa como un artista, de Will Gompertz, crítico y director de Arte de la BBC. En ella, este genial pensador despoja al acto creativo de su mito romántico y relata los vericuetos por los que pasa ese impulso inicial hasta culminar en algo valioso. 





No es una línea recta. No es un arrebato súbito que arranca en un punto y se dirige derechito a su conclusión, como si la genialidad viniera acompañada de cierta ventaja ejecutiva o de un permanente estado de "flujo", que serían su secreto y su razón de ser. Es... y no es así. Gompertz menciona varios ingredientes imprescindibles que acompañan al espíritu creativo: 

-Pasión.
-Interés.
-Curiosidad.
-Inspiración.
-Experimentación.

Otros que se deslizan a lo largo del libro y que son tan necesarios como los anteriores: 

-Habilidad, conocimiento.
-Emprendimiento y perseverencia. 

Uno más:

-Osadía: estar dispuesto a exponerse a la mirada ajena, admitir los errores.

Y además hace algo mejor: coloca a la noción de fracaso en su justo lugar: el de la renuncia. Fracasar es dejar de intentarlo, quedarse a vivir en una de las etapas de la experimentación, no llegar hasta el final. ¿Es el último golpe que da el escultor, con el que culmina la obra, más válido que el primero?, se pregunta. ¿Damos menos valor al gateo con que se inicia una criatura que al instante en que al fin logra ponerse en pie?, me pregunto yo.


La Pietà, de Miguel Ángel:
la perfección como aspiración.


Edison (sí, el de las bombillas) es un ejemplo de no rendición: "No he fracasado diez mil veces. No he fracasado una sola vez. He tenido éxito al encontrar diez mil métodos que no funcionan. Una vez eliminados los que no funcionan, encontré el que funciona". Tampoco fracasaron personajes como Walt Disney, Steve Jobs, John Lennon o Le Corbusier. Lo que hicieron fue transitar rutas menos convencionales.

¿Dónde se dice que tras los fracasos haya que tirar la toalla? ¿Por qué no tomarlos como fases del proceso creativo? Ser víctima de una estafa, de un despido o el rechazo de una novela son puertas que se cierran, pero de ahí a tomarse esas desgracias como sentencias condenatorias... hay un trecho.



Dos pinturas de Georgia O´keeffe. Emociones
 extractadas dentro del todo. 
La música, 
la mujer, la pintura. 



Georgia O´keeffe.






















Gompertz dice que "cada vez seremos más quienes nos dedicaremos a crear como reacción a los perturbadores efectos de la revolución digital", tan facilitadora como abrumadora, tan abierta al mundo como usurpadora de intimidad y de tiempo. Recomienda, a modo de antídoto, poner a trabajar la imaginación, "la forma definitiva de afirmar nuestra humanidad".

¿Y cómo empezar? 

Dejando el control y la racionalidad estricta a un lado, desinhibiéndonos, perdiendo el miedo a no ser lo bastante originales o lo bastante buenos... Con un poco de humildad. ¿Qué tal si no nos tomamos tan en serio a nosotros mismos ya que, a fin de cuentas —como decían Les Luthiers—, no saldremos vivos de aquí? 

El talento se descubre, se desvela, se trabaja y se mejora. No sucede de golpe. Ahí es donde el chip debe cambiar. 


Piet Mondrian:
uno de mis favoritos.


Otro: mi admirado Rotko.

Os contaré cómo deduzco que va esto. No hay dos caminos iguales, pero se dan coincidencias. Sirvan estas dos citas como anticipo: 

«Observemos la obra temprana de cualquier artista y descubriremos a un imitador en busca de voz propia». Will Gompertz.

«No somos robots. La vida es más emocionante cuando tienes una opinión». Cheryl Lynn Bruce.


viernes, 12 de febrero de 2016

DISCULPAS

Hoy me sale pedir disculpas. 

No sé si os pasa, pero creo que no es solo mía la sensación de que el tiempo cronológico empieza a estar bastante más acortado de lo que ya venía, de que los días vuelan a velocidad de vértigo. 

Mi propia madre lo dice: "qué rápido pasa la vida ahora; cuando erais pequeños todo era más lento, pero tampoco cuando habéis sido mayores pasaba tan rápido". (Cuando pequeños, con todo el tiempo por delante, ella tenía nuestra misma percepción, quizá porque no debía ser fácil lidiar con nosotros; habrá que tenerlo en cuenta). Pero lo sigue diciendo ahora, a pesar de que se aburre más de lo que quisiera. Aunque no sé si aburrimiento es la palabra. Quizá es una mezcla de melancolía con falta de contenidos motivadores. 





Yo tengo algunos años menos que ella pero, si hay suerte, me plantaré ahí en un pispás. Desde que sé que voy a morir se me juega añadir vida a la vida. Toda la que puedo. (Y no siempre tuve claro que me iba a morir, o si lo tuve, era de modo "teórico").

Me interesa mucho este tinglado del que formamos parte: 
escribir, por ejemplo, me encanta; 
investigar algún fenómeno curioso; 
participar en concursos; 
caminar a diario; 
triscar por la montaña de vez en cuando, estar en la naturaleza;
dinamizar mi web donde quiera que haya un eco disponible;
atender —un poco— las redes sociales, 
lo que sale de trabajo, 
la intendencia, 
a Indi y Nea, mis gatitas; 
a mi madre, a 400 kilómetros de distancia; 
emails, mensajes, requerimientos; 
clases de inglés;
aprender cosas nuevas. 
Este blog. 
Leer, leer, leer. 
Arreglar asuntos pendientes; a veces, propios y otras, ajenos pero que me involucran. 
Poner silencio, re-cordar que ni siquiera soy quien creo ser, observar este personaje que me he inventado al que llamo yo (de todas mis ocupaciones, la más importante). 

Dejarme sorprender por la vida y por tantas cosas que me llenan.











Pero quiero pedir disculpas..., siquiera relativas.

Puede parecer presuntuoso pero tengo muchas y buenas relaciones con las que soy feliz (algo tendré que ver), aunque por momentos me genera cierto conflicto: no estoy con ellas todo lo que quiero. Y sin embargo (y ahora viene lo de "relativas") me niego a sentirme culpable.





Estamos físicamente poco, pero los instantes que transcurren ahí no tienen precio. Nuestras conversaciones, lo sabéis, son de todo menos banales. Nos cuidamos. Tenemos una vida online y también una vida offline que administramos con todo el amor del mundo, quizá por eso mismo: porque es escasa. Entramos a saco en lo que nos conmueve, nos preocupa o nos interesa. La vida online no suplanta a la otra, como cuentan que pasa ahí fuera.

Creo que, parafraseando a Rilke, no hay amor más supremo que el de un ser humano por otro. Y creo también que amarlo pasa por cuidarlo. Del modo que sea. Online y offline. Ahí estamos.





"El amor de un ser humano hacia otro: esto sea quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado, lo último, la prueba suprema, la tarea final, ante la cual todas las demás tareas no son sino una preparación". 

Rainer María Rilke






sábado, 30 de enero de 2016

LAS DIOSAS DE MI CASA

Sola, con mis diosas, creyendo de verdad que me asisten y me arropan.
Creyendo, de verdad, que esperan lo mejor de mí. Que no puedo y no quiero defraudarlas porque si lo hiciera, me defraudaría a mí misma, y entonces, ellas, con su sabiduría de magas seculares, se escabullirían a sembrar inquietudes en otras. Y no por despecho, que es cosa de humanos, sino porque así son ellas de respetuosas.

No me amenazan. Me cuidan. Digo sí y están. Digo no y se van; donde otra que las quiera y las entienda.

No les importa el resultado; lo que quieren es que lo haga. No que lo intente. Que lo haga. Que eche el resto. Que vaya hasta el final.

Desde su punto de vista no cometo errores, al contrario: creen que cada paso que doy es un modo de acercarme un poco más a mis objetivos. No me juzgan. Los juicios de valor son solo míos.



Avanzar y apreciar cada
paso que doy.

De primeras, puede que no lo parezca y puede que parezca a veces que yerro el tiro, pero así de caprichoso es el camino. Es el modo en que lo oscuro me conduce a lo luminoso.

Y cuando me pasan cosas que me disgustan, recorro el camino inverso. Ellas me señalan por dónde ir hacia adentro, hacia el único lugar en el que es posible la reparación. Me señalan el camino de vuelta a casa.

Ahí es donde puedo parar. Primero, parar. Después, re-conectarme, re-cordar (magnífico verbo que implica "volver a pasar por el corazón"). Re-cordar que la vida es un aprendizaje constante, con exámenes constantes y con materias que a veces llevo preparadas y otras, no.

Y re-cordar que no tengo que agradar a quienes no comparten mis valores. Ni tengo que agradar todo el tiempo a quienes incluso los comparten. A veces, me equivoco; a veces, se equivocan ellos. Y qué, si puedo amarlos a pesar de todo. Eso me importa; es, en realidad, uno de mis valores máximos.

A fin de cuentas es lo que queremos, lo reconozcamos o no: amar y que nos amen. A pesar de no ser las más guapas, las más listas o las más exitosas.

Los ojos del amor son los ojos de mis diosas. Me los ceden para que mi mirada tome altura. Entonces todo depende de mí.




Yo escojo cómo quiero ver las cosas,
con independencia de cómo son.
Yo escojo qué me digo
con independencia
de lo que me pasa.

Y si el sistema de valores sociales no me ayuda, lo cambio por otro que sí lo haga y, a sugerencia suya —de mis diosas—, construyo el mío propio.

Ser feliz con lo que hago. Por y para todo aquello que me hace sonreír. Les hace feliz que sonría, tan lindas. Solo de eso se trataba.



Momentos así son los que marcan
el ritmo de mi vida.