Arriba, la majestuosidad de la obra de arte; abajo, la dignidad de lo humilde. La gloria de ser piedra de iglesia o el orgullo de ser mole, y no ya en el cauce, sino, poco a poco, el cauce mismo.
Las piedras de arriba parecieran animar a las del cauce a auparse hacia lo alto porque... ¿no se advierte en ellas un aire de indolencia?
Estoy haciendo una humanización de las piedras, una interesada y recíproca contemplación: por un lado, cada una parece disfrutar de los valores de la otra; por otro, como que expresara fastidio por algún aspecto que le resulta hostil o no comprende.
Pero cuando la dualidad se borra, humanos y piedras somos una misma cosa.
¿Somos una misma cosa? ¿Estoy segura de lo que digo? ¿Piedras y humanos padecemos las mismas tensiones, miramos unas y otros hacia el porvenir con el mismo rictus preocupado? Provenimos del polvo de las estrellas, pero algo ha pasado para que nos debatamos en discursos así mientras
ellas, las piedras, siguen viviendo por los siglos de los siglos
al borde del secreto. Energía, frecuencia y vibración, que es
donde están contenidos todos ellos, todos los secretos.
Tal cual lo aseguraba Nicola Tesla.
Y en el fondo, la quietud profunda que es la disolución de todo. Unas y otras, arriba y abajo, y siendo más allá de las propias historias de cada una. La mirada de quien observa —de quien escribe ahora— se vuelve entonces dubitativa ante todo este valor que, aun no pareciéndolo, es evanescente: árboles, hierba, sol, alguna gente (poca), la luz embrumada (*) que juega con el agua de los aspersores que riegan el cauce seco. Yo misma.
Luz embrumada que juega. |
No se mueven. Las piedras no se mueven.
Y porque no se mueven me invitan a disfrutar de manera menos comprometedora y me abren un camino a la reflexión, a la pura y simple contemplación de ese todo que es la casa cósmico-amorosa.
Jacques Brosse se preguntaba por qué leer enigmas cuando son tan claras las verdades minerales. Entonces sí, si dejo de preguntar y solo observo, tal vez, seamos una y la misma cosa.
(*) Gracias, amiga mía, por prestarme el embrumamiento.