viernes, 20 de mayo de 2016

UN DESCUBRIMIENTO

Abuelo y nieto
Hace unos días visité una exposición en el Canal de Isabel II, que a quienes vivís en Madrid os recomiendo vivamente. Es de un fotógrafo que inició su andadura por los años 60 del siglo XX, un autodidacta: Francisco (Paco) Gómez. Cinco plantas dedicadas en exclusiva a sus fotografías, testimonio de quien se deja atrapar por seres anónimos en un entorno que es mera extensión de sí mismos.




 
Paseo de Extremadura
Ahí está ese Madrid que empezaba a ser destino prioritario de quienes migraban para librarse del tufo del pasado y de un futuro mate; ese Madrid que bostezaba y se disponía a vivir un estallido en muchos sentidos... pero que aún no está en las fotos.


No hay fiesta en las imágenes y el futuro asoma a duras penas.


Familia Turégano
Solo están los don Nadie, pegados a su devenir, con un anonimato y una soledad que la mirada extraña multiplica. Sus transformaciones vitales no parecen otra cosa que páginas tachadas en un calendario.
A Paco Gómez no le interesaba lo festivo (incluso lo festivo en él se muestra desnudo de lo que celebra) pero sí le interesaba un devenir para cuya contemplación, decía, le sobraba tiempo. Incluso cuando retrata a artistas lo hace vinculándolos a sus contextos, no como individuos aislados sino en su ambiente o condición.

Y eso pasaba hace 50 años. ¡Cómo ha cambiado todo!


Lo que yo veo ahora en Madrid tantas veces, después de aquel dinamismo glorioso que tanto relumbre le dio, es un contexto abarrotado de individuos, coches y masas homogéneas, sobre todo por el centro. Me aplasta. Así que a modo de antídoto, busco imágenes que me reparen y equilibren y persigo con ansia la calle vacía o el rincón solitario. Ahí me voy curando. Alargo el efecto de la dosis mientras hago que perdure en la imagen raptada. Luego me preguntan que por qué no hay gente en mis fotos. Hoy, sí; hoy sí traigo de eso que huyo y que también es extensión de lo que somos ahora: coches, gente, masa. ¿Alguien las prefiere a las que cierran esta entrada? ;-)


 Gran Vía y calle Arenal



Paco Gómez fotografiaba gente; yo, no (¿él hubiera fotografiado gente hoy?). Salí de la exposición dándome cuenta de que es un intento de sobrevivir al ruido, a la aglomeración, a esa indefinición en la que no veo sino la imagen de un jeroglífico indescifrable. 
Vaya por delante que no rechazo en modo alguno a los seres humanos. Lo que digo es que el ruido y la masa me aturden y me crispan y entonces no veo al humano; tampoco veo la ciudad. Veo gente embobada, ausente de sí misma, obedeciendo ciegamente los patrones de conducta que dicta el mercado.

Aunque a lo mejor no es siempre así. A lo mejor es solo mi mirada.

No creo que seamos el centro del universo, pero sí creo que el universo se piensa a sí mismo y se vuelve consciente también a través de nosotros, y que para eso hemos de eliminar los ruidos, cuidarnos los unos a los otros y cuidar a cada uno de los seres que habita esta casa nuestra.


Parque de Atenas

Casa de Campo
(me da la vida) 
En fin: ir a ver una exposición de fotografía y salir con todo esto en la cabeza..., invocando la utopía y toda esta tarea hermosa que tenemos entre manos, más consciente que nunca de que todo empieza conmigo, de que solo si yo estoy bien puedo ocuparme del otro. Y de que la soledad me ayuda a estar bien y a volver llena de ganas de compartir.

¿No es una maravilla? 

De regreso a casa...



7 comentarios:

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  2. Querida Marian, creo que te pasa lo que a mí. Una vez leí que "la muchedumbre impide ver a la gente".
    Admiro la soledad y la valoro en dosis homeopáticas. La naturaleza del ser humano se ve perdida actualmente, es todo tan artificial, y ausente de si mismo como dices tú.
    Bellísima publicación.

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    1. Creo que pagamos un peaje alto por vivir en la ciudad, aunque tengamos muchas recompensas, que también. Si al menos nos hemos tropezado con lo que nos cura, tenemos mucha suerte. Los humanos, sí, sin ruido y de uno en uno. ¡Gracias, Manu, por venir!

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  4. La paz y el silencio de tus reflexiones valen más que cualquier ruido cotidiano. Solo los árboles saben juntarse en bosques y mantenerse en calma, ofreciéndonos la poesía de sus ramas en movimiento. Hasta sus hojas caídas se vuelven poesía sin ruido. Los árboles que conocen la compañía de las nubes. Y las nubes que conocen las estaciones de los árboles. Es lo que tú fotografías y fotografiándolo eliminas todo ruido posible. Si esto no es poesía no sé qué es poesía.

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    1. Sin el fulgor de la conciencia en los ruidos y gestos maquinales, todo queda desprovisto de humanidad. En absoluto es lo que te falta a ti, querida Marieta. Gracias siempre por tu mirada y tus palabras.

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