viernes, 26 de febrero de 2016

PENSAR COMO PIENSAN LOS ARTISTAS (I)


En un mundo tan prolífico como el que tenemos, ¿quién diría que no hay tanto elementos de puro azar como evidencias manifiestas? 


Detrás de mí, un enigmático Pollock.


Para ver si se trata de casualidades o de "causalidades" hay que jugar un poco. Digo jugar porque hay que cambiar de chip y cambiar de chip es algo que hace protestar a la mente. Por ejemplo: orden y caos, caos y orden, que no son sino aspectos contrapuestos y solidarios, parece que forzaran a la cabeza a debatirse entre uno y otro, cuando lo cierto es que del orden sobreviene el desorden y del desorden, el orden. Pasa igual entre arriba y abajo, joven y viejo, sístole y diástole, pasado y futuro, presente y ausente, celestial e infernal. O entre tradición y vanguardia. Nada es estable. Nosotros mismos fluctuamos entre lo uno y lo otro. Ese flujo dinámico que llamamos vida lo produce así. 

He terminado de leer una obra con un título que me ha sugerido el de esta entrada: Piensa como un artista, de Will Gompertz, crítico y director de Arte de la BBC. En ella, este genial pensador despoja al acto creativo de su mito romántico y relata los vericuetos por los que pasa ese impulso inicial hasta culminar en algo valioso. 





No es una línea recta. No es un arrebato súbito que arranca en un punto y se dirige derechito a su conclusión, como si la genialidad viniera acompañada de cierta ventaja ejecutiva o de un permanente estado de "flujo", que serían su secreto y su razón de ser. Es... y no es así. Gompertz menciona varios ingredientes imprescindibles que acompañan al espíritu creativo: 

-Pasión.
-Interés.
-Curiosidad.
-Inspiración.
-Experimentación.

Otros que se deslizan a lo largo del libro y que son tan necesarios como los anteriores: 

-Habilidad, conocimiento.
-Emprendimiento y perseverencia. 

Uno más:

-Osadía: estar dispuesto a exponerse a la mirada ajena, admitir los errores.

Y además hace algo mejor: coloca a la noción de fracaso en su justo lugar: el de la renuncia. Fracasar es dejar de intentarlo, quedarse a vivir en una de las etapas de la experimentación, no llegar hasta el final. ¿Es el último golpe que da el escultor, con el que culmina la obra, más válido que el primero?, se pregunta. ¿Damos menos valor al gateo con que se inicia una criatura que al instante en que al fin logra ponerse en pie?, me pregunto yo.


La Pietà, de Miguel Ángel:
la perfección como aspiración.


Edison (sí, el de las bombillas) es un ejemplo de no rendición: "No he fracasado diez mil veces. No he fracasado una sola vez. He tenido éxito al encontrar diez mil métodos que no funcionan. Una vez eliminados los que no funcionan, encontré el que funciona". Tampoco fracasaron personajes como Walt Disney, Steve Jobs, John Lennon o Le Corbusier. Lo que hicieron fue transitar rutas menos convencionales.

¿Dónde se dice que tras los fracasos haya que tirar la toalla? ¿Por qué no tomarlos como fases del proceso creativo? Ser víctima de una estafa, de un despido o el rechazo de una novela son puertas que se cierran, pero de ahí a tomarse esas desgracias como sentencias condenatorias... hay un trecho.



Dos pinturas de Georgia O´keeffe. Emociones
 extractadas dentro del todo. 
La música, 
la mujer, la pintura. 



Georgia O´keeffe.






















Gompertz dice que "cada vez seremos más quienes nos dedicaremos a crear como reacción a los perturbadores efectos de la revolución digital", tan facilitadora como abrumadora, tan abierta al mundo como usurpadora de intimidad y de tiempo. Recomienda, a modo de antídoto, poner a trabajar la imaginación, "la forma definitiva de afirmar nuestra humanidad".

¿Y cómo empezar? 

Dejando el control y la racionalidad estricta a un lado, desinhibiéndonos, perdiendo el miedo a no ser lo bastante originales o lo bastante buenos... Con un poco de humildad. ¿Qué tal si no nos tomamos tan en serio a nosotros mismos ya que, a fin de cuentas —como decían Les Luthiers—, no saldremos vivos de aquí? 

El talento se descubre, se desvela, se trabaja y se mejora. No sucede de golpe. Ahí es donde el chip debe cambiar. 


Piet Mondrian:
uno de mis favoritos.


Otro: mi admirado Rotko.

Os contaré cómo deduzco que va esto. No hay dos caminos iguales, pero se dan coincidencias. Sirvan estas dos citas como anticipo: 

«Observemos la obra temprana de cualquier artista y descubriremos a un imitador en busca de voz propia». Will Gompertz.

«No somos robots. La vida es más emocionante cuando tienes una opinión». Cheryl Lynn Bruce.


viernes, 12 de febrero de 2016

DISCULPAS

Hoy me sale pedir disculpas. 

No sé si os pasa, pero creo que no es solo mía la sensación de que el tiempo cronológico empieza a estar bastante más acortado de lo que ya venía, de que los días vuelan a velocidad de vértigo. 

Mi propia madre lo dice: "qué rápido pasa la vida ahora; cuando erais pequeños todo era más lento, pero tampoco cuando habéis sido mayores pasaba tan rápido". (Cuando pequeños, con todo el tiempo por delante, ella tenía nuestra misma percepción, quizá porque no debía ser fácil lidiar con nosotros; habrá que tenerlo en cuenta). Pero lo sigue diciendo ahora, a pesar de que se aburre más de lo que quisiera. Aunque no sé si aburrimiento es la palabra. Quizá es una mezcla de melancolía con falta de contenidos motivadores. 





Yo tengo algunos años menos que ella pero, si hay suerte, me plantaré ahí en un pispás. Desde que sé que voy a morir se me juega añadir vida a la vida. Toda la que puedo. (Y no siempre tuve claro que me iba a morir, o si lo tuve, era de modo "teórico").

Me interesa mucho este tinglado del que formamos parte: 
escribir, por ejemplo, me encanta; 
investigar algún fenómeno curioso; 
participar en concursos; 
caminar a diario; 
triscar por la montaña de vez en cuando, estar en la naturaleza;
dinamizar mi web donde quiera que haya un eco disponible;
atender —un poco— las redes sociales, 
lo que sale de trabajo, 
la intendencia, 
a Indi y Nea, mis gatitas; 
a mi madre, a 400 kilómetros de distancia; 
emails, mensajes, requerimientos; 
clases de inglés;
aprender cosas nuevas. 
Este blog. 
Leer, leer, leer. 
Arreglar asuntos pendientes; a veces, propios y otras, ajenos pero que me involucran. 
Poner silencio, re-cordar que ni siquiera soy quien creo ser, observar este personaje que me he inventado al que llamo yo (de todas mis ocupaciones, la más importante). 

Dejarme sorprender por la vida y por tantas cosas que me llenan.











Pero quiero pedir disculpas..., siquiera relativas.

Puede parecer presuntuoso pero tengo muchas y buenas relaciones con las que soy feliz (algo tendré que ver), aunque por momentos me genera cierto conflicto: no estoy con ellas todo lo que quiero. Y sin embargo (y ahora viene lo de "relativas") me niego a sentirme culpable.





Estamos físicamente poco, pero los instantes que transcurren ahí no tienen precio. Nuestras conversaciones, lo sabéis, son de todo menos banales. Nos cuidamos. Tenemos una vida online y también una vida offline que administramos con todo el amor del mundo, quizá por eso mismo: porque es escasa. Entramos a saco en lo que nos conmueve, nos preocupa o nos interesa. La vida online no suplanta a la otra, como cuentan que pasa ahí fuera.

Creo que, parafraseando a Rilke, no hay amor más supremo que el de un ser humano por otro. Y creo también que amarlo pasa por cuidarlo. Del modo que sea. Online y offline. Ahí estamos.





"El amor de un ser humano hacia otro: esto sea quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado, lo último, la prueba suprema, la tarea final, ante la cual todas las demás tareas no son sino una preparación". 

Rainer María Rilke