viernes, 25 de septiembre de 2015

PIEDRAS (III)

Las piedras tienen la virtud de sorprenderme, quizá porque se me hace que son como relatos. No sé de qué medios se valían para atacar de esa manera perfecta la resistencia de un elemento tan poco maleable, esas estructuras tan sólidas, pero sí, me dejan con la boca abierta. Como si se tratara de sueños y poemas de piedra.


Duomo, Mantua


Portada Duomo, 
Mantua
Nave de la catedral
Marquetería en
pavimento
Basa de columna















Me sigo fijando en las piedras importantes, las legendarias y metamorfoseadas, las que muestran a las claras lo que llevan impreso en sí mismas, toda esa creatividad y el trabajo de los hombres. Hay una riqueza en ellas que llamaría elocuente. Son buenas tallas, perfectamente calibradas, cinceladas, equilibradas. Algo así como "piedras civilizadas".


Dante Alighieri, Pizaza dei Signori, Verona.

Tres esculturas romanas en el Palazzo Ducale de Mantua que ponen al descubierto esa intimidad que también encierra la piedra:

Fauno danzante.
Anónimo.
Apolo de Mantua.
Siglo II d.C.
Pie de mármol.
Siglos I-II d.C.


 

Transición del barroco al clasicismo en la Universidad de Ciencias Políticas de Bolonia: piedras regias, seguras de sí mismas, orgullosas de ostentar el cometido de adornar un lugar ilustre.





Pero hay otras piedras menos vistosas que guardan una riqueza secreta, una riqueza austera y modesta que les viene dada por el mero hecho de su simplicidad. Adolezco de un romanticismo enfermizo y me las quedo observando. Piedras que no valen para formar palacios, ni iglesias ni casas, piedras humildes que me asombran y que construyeron nuestros caminos y calzadas hasta hace bien poco; piedras a las que cantó Paco Ibáñez por obra y gracia de la poesía de León Felipe y de la que transcribo estos maravillosos versos, mucho más elocuentes que cualquier cosa que yo pueda decir:


[...]
como tú,                                                          
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras; 
[...] 



Una calle milanesa

[...]

como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia;
como tú,
piedra aventurera;

[...]    


Camino al monte Stivo, Arco.























Dejo a las piedras descansar. Sé que si alguna vez vuelvo al monte Stivo y aunque pueda parecerme lo contrario, ninguna de ellas estará en el mismo lugar. Suele suceder con todo lo hermoso, que metamorfosea sin que nuestros ojos puedan apreciarlo. 

Termino con unos versos que también traen piedras, piedras para defender los paraísos personales:


Y cada uno en su camino va cantando espantando sus penas
Y cada cual en su destino va llenando de soles sus venas
Y yo aquí sigo en mi trinchera, corazón, tirando piedras
Contra la última frontera.

Carlos Chaouen




6 comentarios:

  1. Pura poesía. Quedo con la boca abierta.

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    1. Para almas sensibles como tú, querida Marieta. ¡Gracias! Un abrazo.

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  2. Me suscribo al comentario, yo también quedo con la boca abierta y el corazón encogido por tanta belleza...perfecta conjunción entre imágenes, texto y el nexo que las enlaza:Esencia de Marian.

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    1. Mi querida Charo, con una alabanza siempre a mano. O con varias. Sabes que la admiración es recíproca.

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  3. Buenas tardes Marian, que historia tan bonita tienen esas ciudades del renacimiento, que importante capital se le daba a la educación, a crear cosas bellas que entendian, perdurarian en el tiempo.

    un bso

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  4. Todo lo que nos rodea, querido amigo, encierra historias increíbles. Ojalá cada vez más nos encuentre con los ojos y las orejas dispuestas para la escucha. Un abrazo.

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