sábado, 19 de septiembre de 2015


PIEDRAS (II)


Anfiteatro romano, en Verona.
Por su extraordinaria acústica,
da servicio a frecuentes 
representaciones 
de ópera.

¡Cuánta piedra por ver hay en Italia!
En las que forman palacios, castillos, museos y todo tipo de casas nobles se percibe una gran solemnidad. Son piedras poderosas, y me atrevería a decir que con sentido manifiesto de su propia importancia. Me imagino ser piedra y que alguien me escogiera para semejante destino. Solo de pensarlo se me infla el ego.

  Castelo Sforzesco, Milán
 Palazzo del Podestà, Bérgamo

Piedra y policromía. Città Alta,
Bérgamo.


Muralla, Bérgamo.
Ya en 1230 los bergamascos hablaban de proveer seguridad e
igualdad para todos los ciudadanos, aunque las murallas
se construyeron en 1407.













Las piedras han construido nuestros pueblos y ciudades hasta que otros materiales más económicos y manejables vinieran a sustituirlas. Si fuéramos capaces de hablar su lenguaje, nos contarían cosas de nosotros que nosotros mismos ignoramos. Por suerte, hay quien las ha sabido escuchar hasta el punto de adivinar qué puede llegar a esconder su alma (y mientras, otros se preguntan si existen los milagros...). Si me escogieran —como piedra— para hacer esto conmigo, mi ego botaría hasta acabar saltando por los aires.

Tres esculturas del Museo Histórico de Bérgamo:


  






Estas otras tienen su casa en la Escuela de Ciencias Políticas de Bolonia, un buen lugar para tenerlo como residencia, acorde a su categoría:

 


Italia es de piedra y es encontrarse con piedras a cada paso, en fachadas, en interiores, columnatas, calzadas; evocadoras y no tanto, aunque a mí se me vayan los ojos detrás de todas, de las que construyen castillos y de las que conducen a ellos. Me encanta contemplar las unas y las otras. 


Locanda del bel soriso, Trento.
Plaza del Duomo, Trento.
Fosa de los mártires, Trento

Una calle de Arco...
... y subida al Castelo.
Castelo de Arco.







Sé que lo que yo veo solo lo veo yo, que quizá mi visión difiere de la de otros, quién sabe si porque pongo algo de mí en cada cosa que veo, o si es culpa de lo que veo, que me cautiva y me confunde. Es como si, al observar una de ellas, me revelara un cierto secreto, un fogonazo de lo que esconde. Cada piedra guarda su verdad, como mínimo, la de las manos que las sostuvieron.


Un revoco por el que asoma la piedra.


Por eso advierto para quien no vea igual que seguiré hablando de piedras.




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