viernes, 15 de enero de 2016

ATARDECE






Me quedo mirando, boba, la luz del atardecer: nubes pintadas de sutiles naranjas, ocres y rosas; o no tan sutiles a veces: una fogata de mil matices que rompe un cielo de nubes de cartón piedra, negras como la noche.

Cada día, superándose a sí mismo, cada ocaso, distinto.


Un despliegue que se me antoja imposible.


Lejos de repetirse las jugadas, pareciera que se añaden nuevas ocurrencias en un derroche de creatividad sin fin. Aunque semejante trabajo no se mantiene por mucho tiempo: no hay remilgos en deshacer la obra por mucha espectacularidad que tenga. Tampoco hay nadie que se atribuya la tarea o que, de algún modo, la reivindique. ¡Cuánto amor!, y cuánto desapego al mismo tiempo.




Mientras miro con ojos golosos, algo interrumpe el cuadro: una bandada de pájaros —tal vez grullas, cigüeñas o buitres— surca el cielo. Puedo pensar que es una formación aleatoria, pero me fijo mejor y veo que no, que sigue una estrategia: cada miembro se beneficia del rebufo del compañero, de la corriente de aire que promueve quien va delante. Hay sincronía. Pienso que un viaje así se vuelve tremendamente eficaz.




Pero me fijo mejor en el dibujo: es en uve, con uno a la cabeza. Ese no tiene ayuda de nadie. No sé si lo han elegido o se ha elegido a sí mismo por saberse capaz del desafío. Pienso en él. ¿Reclamará a sus colegas el mejor bocado en pago por su sobreesfuerzo?


Uno, a la cabeza.

Y pienso cuánto podemos aprender de ellos.

No hay lamentos, quejas, ni reproches —ni de los atardeceres, ni de los pájaros— porque hoy los humanos nos hayamos superado en atrocidades o no nos hayamos ocupado remotamente de sus necesidades. Ni los unos rebajan su espectacularidad porque se enfurruñen, ni los otros renuncian a su odisea por cansancio, depresión o desmotivación. Van adelante, sabiendo perfectamente hacia dónde dirigir su vuelo en un desempeño solidario.  


De mi sobrino Jokin, que anda por ahí.

Observándolos, me pregunto hacia dónde vamos a dirigir nosotros el nuestro, nuestro vuelo, nuestra forma de vida, que al final no se trata de vivir como invitados de piedra, sino de hacer que las cosas sucedan. De que cada quien arme posibilidades desde su esfuerzo y su capacidad. Como ellos. Porque sin profundidad no hay alma y, sin empeño, tampoco nada que valga la pena. Hagamos algo por la cultura del crecimiento, que aunque la casa es universal, los dormitorios son personales. Que cada quien haga lo que pueda, lo que sienta. Y si puede, sin quejas estériles, que el tiempo se desdibuja y se fatiga si no le echamos una mano. 

¡Hagamos que suceda lo imposible!





4 comentarios:

  1. ¡Qué belleza! ¡Qué belleza de imágenes y de palabras!
    Ni las nubes, ni los pájaros son aleatorios. Ni los colores. Ni los momentos que elige la vida para ponernos ante todos estos regalos.

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  2. Dicen por ahí que la belleza está en el corazón de quien admira, así que gracias por ese corazón tuyo que admira y regala, Marieta querida.

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  3. Aprovechar el impulso de quienes van por delante bajo un cielo hermoso, y así, volar juntos. Gracias, Mariam por las imágenes, las palabras y el viento.

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  4. Comparto tus palabras, Pam, y agradezco cada una de ellas. ¡Sé muy bienvenida siempre que quieras! Un abrazo.

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